Martes, 19 de Marzo de 2024

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Jascha Heifetz

Jascha Heifetz

Por Jorge de Hegedüs - Desde fines del siglo XVII hasta mediados del XVIII, el arte del violín estuvo dominado prácticamente por los italianos. En este campo se pueden destacar a personalidades tales como Arcángelo Corelli el cual fue el verdadero creador de la escuela italiana del violín, Gaetano Pugnan, Giuseppe Tartini, Piero Locatelli, y al monumental creador de “Las cuatro estaciones”, Antonio Vivaldi. Dentro de su estilo particular todos ellos se movían más o menos en “una línea”: eran tanto excelentes violinistas como también grandes compositores...







...Pero a fines del siglo XVIII el mundo de los sonidos, especialmente el violinístico quedó sacudido, ante la entrada en escena de una figura extraordinaria, de aspecto hasta “siniestro”, enigmático: se trataba del un personaje llamado Nicoló Paganini.

¡Cuánto se ha escrito y hablado de este virtuoso! ¡Cuánto se ha comentado con respecto a su técnica maravillosa y de los “poderes sobrenaturales” que seguramente “lo poseían”! El gran violinista israelita Ivry Gitlis manifestó en cierta ocasión: “el arte del violín no tuvo un desarrollo progresivo, tuvo un cambio repentino….existió solamente un <antes y después> de Paganini….antes de él fue una cosa, pero luego… otra”.

De aspecto desgarbado, relativamente alto, extremadamente delgado, cabello largo y con manos, aunque de tamaño normal, pero dedos muy largos, con una movilidad anormal y con una extraña capacidad de elongación en sus numerosas y pequeñas articulaciones. Para su época hacía cosas increíbles desde el punto de vista técnico, dominando todos los aspectos de la mecánica en cuanto a las distintas exigencias que propone y exige este hermoso instrumento preponderantemente melódico. Se daba el lujo, entre muchos otros, el de ejecutar determinadas obras   ̶ cuando las circunstancias así lo requerían ̶   con una sola cuerda. Con relación a la sorprendente movilidad de sus dedos, algunos facultativos han opinado que dicha característica articular era producto de una “deficiencia” del tejido conjuntivo. Este asunto ha sido incluso publicado en revistas médicas especializadas. Algunos hasta le han agregado a dicha anormalidad el nombre de los especialistas que lo dictaminaban: “enfermedad de Marfan”, otros le adjudicaban el de “síndrome Ehlers- Danlos”. Se calcula que Paganini, el cual debutó a los nueve años de edad, debe de haber dado unos 600 conciertos en toda su vida. Entre 1817 y 1830 compuso sus famosos seis conciertos para violín y orquesta. Recordemos que en el segundo se halla su famosa Campanella (la cual luego fuera transcripta al piano por Franz Liszt). Además, sus 24 “Caprichos”   ̶ los cuales se dieron a conocer en 1817 ̶   constituyen en la actualidad verdaderos caballitos de batalla para los grandes violinistas. También de su cerebro salió una sonata, aunque no fue para violín sino para viola, además distintas “variaciones” de temas de otros compositores, serenatas, tarantelas y nocturnos. Si bien Paganini causaba asombro por las cosas que ejecutaba, también compuso varias obras excelentes como las enumeradas anteriormente. Pero a la larga se pudo entender que muchas de ellas tenían tendencias más bien efectistas, no llegaban al nivel de los grandes logros musicales de  Beethoven, Schumann, Schubert, Chopin, etc. Los efectos que era capaz de ejecutar llegaban prácticamente “asustar”. Debido a ello se tejieron toda clase de mitos sobre su persona, los cuales, el propio Paganini siempre se cuidó de no desmentir: ¡los mitos son convenientes y hay que alimentarlos para cobrar honorarios más altos en los conciertos! Se decía que “estaba poseído por el demonio”, que “había hecho un pacto con el diablo”, “que solamente un endemoniados podía hacer con un instrumento las cosas que él hacía”, etc. De todas maneras en una ocasión no pudo evitar de expresar lo siguiente: “Ustedes dicen que  he hecho un pacto con el diablo, pero se olvidan que yo estudio 12 horas por día…”  Paganini llegó a cobrar honorarios colosales para su época lo que le permitió amasar una gran fortuna, pero desgraciadamente la dilapidó y por dicha causa tuvo que pasar a vivir de manera bastante humilde.

Este extraordinario virtuoso del violín había nacido en la ciudad de Génova en 1782. Pese a ser muy admirado y “temido”, tuvo que arrastrar sobre sí un problema muy serio: era un hombre sumamente enfermo. Al igual que Beethoven, sufría de colitis crónica; a ello había que agregarle algunos problemas pulmonares, los cuales se manifestaban mediante una tos que fue una constante durante toda su vida, transpiración excesiva, hemorroides, insomnio, y para empeorar las cosas, al igual que Robert Schumann y Franz Schubert, contrajo sífilis, lo que lo llevó definitivamente a la muerte en 1840, es decir, a los 58 años de edad. El asunto del “demonismo” que lo persiguió hasta su muerte, tuvo una especie de complemento dado que este virtuoso italiano se negó a recibir la extremaunción por parte de la iglesia católica: se negó a ser asistido por un sacerdote. Por este motivo dicha institución se negó darle sepultura en camposanto. Su féretro estuvo deambulando durante cinco años por distintos puntos de la península (¡!) hasta que finalmente la duquesa de Parma autorizó su entierro.

¿Por qué se hizo esta introducción? Por lo que ocurrió más o menos un siglo más tarde: una situación que en algunos aspectos fue bastante similar. 

El asunto “Heifetz”

Después del fallecimiento de Paganini aparecieron algunos virtuosos del arco que también llegaron a pisar bastante fuerte, aunque obviamente el recuerdo de este genovés siempre ejerció  una sombra sobre ellos. Los que en su momento habían escuchado al italiano, no pudieron evitar hacer comparaciones con relación a los violinistas que le sucedieron. Se trató por ejemplo del español Pablo de Sarasate (1844 – 1908), los húngaros Joseph Joachim (1831 – 1907) y Leopold Auer (1845 – 1930), el belga Eugène Ysaÿe (1858 – 1931) y solamente para citar algunos de ellos, los más renombrados. Entrado el siglo XX aparecieron ante el público figuras como el austriaco Fritz Kreisler (1875 – 1962) el ucraniano Mischa Elman (1891 – 1967), los húngaros Joseph Szigeti (1892 - 1973) y Karl Flesch, los alemanes George Kulenkampf (1898 – 1948) Adolf Busch (1891 – 1952), el polaco Bronislaw Hubermann (1882 – 1947) y se podrían citar muchos otros más, los cuales eran provenientes de distintas escuelas violinísticas. Todos estos virtuosos se movían cómodamente dentro de su mundo y en un plano de cierta igualdad. Estaban aquellos que se destacaban por su hermoso sonido, otros por el valor interpretativo; estaban los que tenían gran musicalidad o la idea que imponían en la obra que ejecutaban, el manejo de tal o cual aspecto técnico, etc. Pero en determinado momento ocurrió algo que sacudió al mundo de la ejecución de dicho instrumento, que causó una verdadera conmoción, situación en cierta forma similar a lo que había sucedido más de un siglo atrás con Paganini: apareció un joven lituano de nombre Jascha Heifetz. Muchos años más tarde el violinista israelita Itzhak Perlman acotaba jocosamente, que la entrada en escena de este virtuoso en el plano internacional de los concertistas, se pudo denominar como “el síndrome Heifetz”. Sus colegas quedaron verdaderamente “sacudidos” ante el virtuosismo de este notable ejecutante. Lo que más llamaba la atención era la pasmosa facilidad mediante la cual ejecutaba todo; a ello no escapaban  los “caprichos” y los conciertos de Antonio Vivaldi, Juan S. Bach, Wolfgang A. Mozart, Nicoló Paganini, Félix Mendelsohn, Robert Schumann, Ludwig van Beethoven, Peter I. Tchaikovski, Edouard Laló, Charles C. Saint Saëns, Max Bruch, Edward Elgar, Johannes Brahms, Giuseppe Tartini, Henry Wieñavski, Alexander Glazunov, Henry Vieuxtemp, William Walton, Jan Sibelius, Mario Castelnuovo Tudesco, Miklos Rózsa, Joseph Achron, Erich Wolfgang Korngold, Louis Gruenberg, etc: ¡una verdadera enciclopedia violinística! En cierta ocasión, con sólo once años de edad, el pequeño Jascha fue a dar un concierto en Berlín. Se aprovechó la ocasión para juntar a un grupo de los violinistas más selectos y por invitación del crítico musical Arthur Abell. En dicha velada estuvieron presentes nada menos que Karl Flesch (1873 – 1944), Bronislav Hubermann, Jan Kubelik (1880 – 1940) y también Fritz Kreisler. Todos sentían gran curiosidad para escuchar al niño Jascha, el cual todavía usaba pantalones cortos. Le pidieron que ejecutara el Concierto para violín y orquesta de Mendelshon, el cual fue acompañado al piano por el mismo Kreisler, haciendo la parte orquestal. Una vez finalizada la obra, el gran maestro austriaco, evidentemente con una gran señal de humildad manifestó a sus colegas: “Y bien, señores, ahora todos podemos romper nuestros violines”. En otra ocasión, años más adelante, estuvieron presentes en uno de sus conciertos el violinista Mischa Elman y su amigo personal, el célebre pianista Leopoldo Godowsky (1870 – 1938). En determinado momento el primero de ellos manifestó durante el recital “¡qué calor que hace aquí!” a lo cual su amigo le respondió de manera divertida, “para nosotros los pianistas…. no”. Obviamente estos eran puntos de vista bastante exagerados, dado que todos estos artistas anteriormente nombrados eran grandes ejecutantes, que hicieron verdaderas manifestaciones musicales en el arte mediante este instrumento y que pese al tiempo transcurrido todos ellos siguen siendo verdaderos puntos de referencia en la ejecución violinística.

¿Quién era Jascha Heifetz? Era oriundo de Vilna (Lituania), nacido oficialmente el 2 de febrero del año 1901, pero en realidad vino al mundo en 1899. Con apenas tres años empezó a estudiar con su propio padre ̶  Ruvim Heifetz  ̶   el cual también era violinista. Luego entra al conservatorio de su ciudad natal. Era sumamente obvio que se trataba de un talento extraordinario, dado que a los siete años de edad ejecutó con la sinfónica de Kovno el Concierto para violín y orquesta de Félix Mendelshon. Pero aquí se planteaba un problema bastante grave, que era necesario resolver, dado que el pequeño Jascha tenía que seguir estudiando, progresar, y ello podía ser solamente en el conservatorio de San Petersburgo. ¿Cuál era entonces este obstáculo? Que Jascha Heifetz era judío, y a las personas de dicha raza, por ley, no se les permitían vivir en esta ciudad imperial. Sin embargo el profesor Leopold Auer escuchó al pequeño Jascha cuando este tenía ocho años y el cual ya venía precedido de cierto prestigio. Quedó maravillado y por tal motivo hizo las debidas gestiones oficiales para que la familia Heifetz pueda residir en esta ciudad. Una vez que obtuvo el correspondiente permiso y estos efectuaron el cambio de domicilio, se dedicó de inmediato y a manos llenas a este prodigio fenomenal. Con trece años de edad el niño Heifetz se presenta en Berlín interpretando el Concierto para violín y orquesta de Tchaikowski bajo la batuta del húngaro Arthur Nikitsch. Los progresos del jovencito fueron enormes y a los 17 años de edad cruza toda Siberia, el Océano Pacífico y llega finalmente a los Estados Unidos, en donde  da su primer concierto, debutando nada menos que en el Carnegie Hall: ello ocurrió el 27 de octubre de 1917. A partir de ese momento el mundo entero estuvo “a sus pies”. Heifetz se convirtió prácticamente en “sinónimo de violín”: se tendió prácticamente un puente entre Paganini y él. ¿Qué era lo que tanto cautivaba al público? ¿Qué era lo que tanto despertaba verdadera admiración? Era algo similar a lo que sucedía al mismo tiempo con el pianista Vladimir Horowitz (1903 – 1989): la enorme simplicidad y facilidad de ejecución. Los que asistían a sus conciertos siempre tenían la impresión de que Heifetz tocaba composiciones “sencillas”. Incluso algunos críticos han juzgado a Heifetz como un ejecutante “frío”, y ello era respuesta a que en las obras más trascendentales y hasta colosales, como el famoso y tan conocido Concierto para violín y orquesta  de Tchaikovski, presentaba siempre un rostro imperturbable, como de “hielo”, sin cambiar nunca de expresión facial pese a las distintas variantes técnico - interpretativas. Esto era bastante similar o parecido a otro pianista, Benno Moiseivitch (1890 – 1963), el cual, cuando tocaba tenía la apariencia del recordado actor del cine mudo Buster Keaton (1895 – 1966). Pero la inexpresividad del rostro de Heifetz, la precisión de sus movimientos – nunca balanceaba su cuerpo-  constituyó una verdadera trampa para aquellos que pretendían “mirar” la música, sin comprender que la música hay que “escucharla”, que no entra por la vista sino por los oídos, en otras palabras: no pasarse observando las actitudes o gestos del intérprete. El eminente violinista Karl Flesch – el cual se mencionó anteriormente en ocasión de escuchar al Heifetz niño- destacó en cierta ocasión su opinión con relación a este gran virtuoso.

Al respecto mencionó que su colega daba la impresión de que tocaba solo con las manos, mientras su mente descansaba, que estaría pensando en otra cosa; o sus pensamientos estaban “en otro lado” durante las distintas ejecuciones, divagando y no concentrado en lo que tenía entre manos y que la gran gama de recursos técnicos que poseía eran en cierta forma su “peor enemigo”. Si bien el virtuosismo de este lituano era monumental, hay que reconocer que nunca lo utilizó con la perspectiva o señal de lucimiento personal. Heifetz siempre ejerció perfecto control sobre los pasajes técnicos de mayor dificulta. Según Flesch, el enorme caudal técnico de Heifetz provocaba en él una especie de inercia emocional. Pero lo que más engañaba en los que veían tocar a Heifetz en vivo, era su rostro severo, invariablemente siempre adusto y aún en el calor de los aplausos (en forma parecida a Serguei Rachmaninov). Pero todo esto constituía un simple engaño: Heifetz era muy expresivo, poseía una musicalidad intensa e impactaba en gran medida desde todo punto de vista. Sus sentimientos obviaban su rostro, dado que pasaban directamente desde el corazón a los dedos y finalmente al instrumento. Esto se constata a la luz de la gran cantidad de grabaciones que nos ha legado. A esto hay que agregar que de manera bastante similar a Arturo Toscanini (1867 – 1957), poseía un oído extraordinario, distinguía la vibración 440 de la 441: ¡nada escapaba a su oído!

De todas maneras recibió muchas críticas por cierto “hábito”: el de tocar gran cantidad de transcripciones propias de un valor musical bastante ligero. Inclusive escribió una canción tipo “pop” bajo el seudónimo de Jim Hoyl, la cual tituló “When You Make Love to Me (Don’t Make Believe)”. La misma fue grabada por la cantante norteamericana Margaret Whiting. En cierta forma Fritz Kreisler hacía algo parecido; pero mientras que al violinista austriaco se le perdonaba todo, no ocurría lo mismo con el lituano. Para el público era inconcebible que semejante virtuoso, tamaño coloso, tocara dichas composiciones, y según ellos, de “bajo valor musical”. Se olvidaban, por ejemplo, que en la misma época el famoso tenor Tito Schipa (1889 – 1965) cantaba tangos y que más adelante el gran pianista Friedrich Gulda (1930 – 2000) alternaba Mozart y Beethoven con el jazz, o que el compositor y pianista Bela Bartok (1881 – 1945), el violinista Joseph Szigeti tocaban junto al genial clarinetista del jazz Benny Goodman (1909 – 1986). Uno de los motivos por los cuales Heifetz tocaba estas obras musicales, era su humildad, el deseo de escapar al “divismo” tan característico en el público, el cual no solamente puede encontrarse en el campo deportivo, sino también en el mundo del arte: ¡nada de endiosamiento! En realidad, hasta inconscientemente siempre se hacía una comparación subjetiva entre Kreisler y Heifetz, aunque en los últimos años se lo hizo con Yehudi Menuhin (1916 – 1999); algunos eran de la opinión  que en el caso del primero, este tenía un público enorme que iba escuchar a un gran violinista , pero sobre todo a “un muy querido, amigo de todos”, a un “adorable viejito carismático”; en cambio en el caso del segundo, este mismo público asistía como si fuera escuchar a un “enemigo”, como si estuvieran esperando la mínima oportunidad de que este cometiera la menor falla, el mínimo desliz “para caerle encima”. Obviamente, y en ese sentido, siempre salían defraudados: ¡Heifetz era impecable! ¡Perfecto! En cierta forma su orientación emocional como intérprete se puede comparar con el pianista canadiense Glenn Gould. Ello se debe a que este último se constituyó en el teclado como punto de referencia vital para las obras de Juan Sebastián Bach. Lo mismo ocurrió con Heifetz. La “Chacona”  las sonatas y partitas del insigne compositor alemán son de una realización genial, de elevado nivel interpretativo. Heifetz comenzó a grabar en 1917, dos semanas después de su debut en el Carnegie Hall, cuando registró cinco pequeñas piezas para la Victor Talking Machine Company. Durante los cincuenta y cinco años siguientes grabó virtualmente todo el repertorio violinístico conocido hasta ese momento, esto incluía obras en solitario (con acompañamiento de piano), conciertos para violín y orquesta y música de cámara. Tal como en sus recitales, en estas grabaciones colaboró con renombrados colegas, entre los cuales figuraron los pianistas Artur Rubinstein (1887 – 1982), Leonard Pennario (1924 - ), Emmanuel Bay, Brooks Smith (1912 - ) y William Kapell (1922 – 1953); los violonchelistas Emmanuel Feuermann (1902 – 1942) y Gregor Piatigorsky (1903 – 1976); el violista William Primrose (1904 – 1982). Grabó conciertos con directores como Sir John Barbirolli, Sir Thomas Beecham, el ruso Serguei Koussevitzky, Dimitri Mitropoulos, Charles Munch, Eugen Ormandy, Fritz Reiner, William Steinberg, Arturo Toscanini, Alfred Wallenstein, Artur Rodzinski y otros. Permaneció en la RCA más de medio siglo. Luego, hacia el final de su carrera se trasladó a Columbia CBS. Jascha Heifetz abarcó numerosas veces el mundo con sus conciertos; todas las grandes ciudades tuvieron la oportunidad de escucharlo durante varias décadas, no una sola, sino varias veces.  Es necesario mencionar una anécdota muy interesante, y que estuvo relacionada con su tercera gira que hizo por Israel. Ello ocurrió en 1953. Dentro del programa a ejecutar estaba esta vez la “Sonata” para violín de Richard Strauss  (compuesta en 1887), el cual, en ese tiempo, se consideraba todavía como un compositor “nazi” (con el tiempo se comprendió que esto fue un craso error). Se le pidió a Heifetz que modifique su programa excluyendo al compositor alemán dado que todavía estaba muy vigente la tragedia del holocausto.  Heifetz se negó hacerlo, la ejecutó, y después de haber finalizado su ejecución… siguió un profundo silencio. Cuando terminó el concierto, al salir a la calle, Heifetz sufrió el ataque de un desconocido  el cual, armado con una barra de hierro lo atacó y lastimó su brazo derecho. Después de ello el agresor desapareció y nunca pudo ser encontrado. Heifetz declaró oficialmente que nunca excluiría la sonata de Strauss de sus conciertos. Hecho característico de este artista, es que mantuvo intacta su capacidad técnica durante toda su vida como violinista, prácticamente no tuvo altibajos desde su juventud hasta la séptima década de su vida.

Heifetz poseyó dos violines de gran calidad, un “Dolphin” Stradivarius del año 1714 y un Guarnieri del Gesú de 1740. Este último se encuentra actualmente en San Francisco en el museo de la Legión de Honor y según su testamento, dicho instrumento debía permanecer ahí y utilizarse, o ser tocado, únicamente en ocasiones muy especiales.

El final de este artista, aunque en otro plano, fue bastante similar al de Paganini. ¿A qué se debió esto? Debido a problemas emocionales. Mientras que el violinista genovés sucumbió debido a múltiples problemas físicos de gravedad, en el caso de Heifetz el asunto fue psico – emocional. En los últimos años de su vida y después de dos divorcios, se retiró completamente a la vida privada. Incluso se mantuvo alejado de sus propios hijos. Desapareció prácticamente del escenario en 1972. Rehusó drásticamente los reportajes, incluso cuando se pretendió homenajearlo en sus 80 cumpleaños. Se mantuvo aislado del mundo hasta el día de su fallecimiento, el cual ocurrió en su casa de Los Ángeles, Beverly Hills, el 10 de diciembre de 1987.

Es indudable que Heifetz pudo controlar la situación durante su vida para no convertirse en un divo, para que no lo endiosaran, pero luego, después de su fallecimiento, ya no pudo evitar que lo  convirtieran  en una verdadera leyenda, como un punto de referencia muy importante en el arte de la ejecución violinística.

Cuando en cierta ocasión un editor lo llamó por teléfono para pedirle, y hasta rogando, que escribiera su autobiografía, la cual hubiera sido de una enorme riqueza artística y de un gran suceso comercial, su respuesta fue categórica, como para sacarse al editorialista de encima: “comencé a tocar el violín cuando tenía tres años, ofrecí mi primer concierto a los siete y he estado actuando desde entonces…. no tengo más nada que decir”.  A continuación colgó el receptor....y eso fue todo.

Jorge de Hegedüs

 
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Breves

  • HECTOR BERLIOZ

    Fue un creador cuyo obstáculo fue la intransigencia de la mayoría de los músicos en casi todos los temas, desde su apoyo al uso del saxofón o a la nueva visión dramática de Wagner. Su vida fue excéntrica y apasionada. Ganó el Premio de Roma, el más importante de Francia en aquel momento, por una cantata hoy casi olvidada. Su obra musical es antecesora de estilos confirmados posteriormente.

  • El aprendiz de brujo de Paul Dukas se basa en una balada de Goethe. Es un scherzo sinfónico que describe fielmente cada frase del texto original.

  • La primera ópera de la que se conserva la partitura es Orfeo de Claudio Monteverdi. Se estrenó en Mantua en 1607, con motivo de la celebración de un cumpleaños, el de Francesco Gonzaga.

  • La obra que Stravinski compuso desde la época del Octeto de 1923 y hasta la ópera The Rakes Progress de 1951, suele considerarse neoclasicista.

  • En la Edad Media encontramos la viela de arco, de fondo plano y con dos a seis cuerdas, que se perfeccionó en la renacentista, hasta llegar a su transformación en el violín moderno a partir del siglo XVI, cuando se estableció una tradición de excelentes fabricantes (violeros) en la ciudad de Cremona.


Citas

  • DANIEL BARENBOIM

    "Un director no tiene contacto físico con la música que producen sus instrumentistas y a lo sumo puede corregir el fraseo o el ritmo de la partitura pero su gesto no existe si no encuentra una orquesta que sea receptora"

  • GEORGE GERSHWIN

    "Daría todo lo que tengo por un poco del genio que Schubert necesitó para componer su Ave María"

  • GUSTAV MAHLER

    "Cuando la obra resulta un éxito, cuando se ha solucionado un problema, olvidamos las dificultades y las perturbaciones y nos sentimos ricamente recompensados"

  • FRANZ SCHUBERT

    "Cuando uno se inspira en algo bueno, la música nace con fluidez, las melodías brotan; realmente esto es una gran satisfacción"

  • BEDRICH SMETANA

    "Con la ayuda y la gracia de Dios, seré un Mozart en la composición y un Liszt en la técnica"

MULTIMEDIA

  • Música para cuerdas, perc. y celesta

    Béla Bartók

  • Ludvig van Beethoven

    Biografía

  • Pagliacci

    Ruggero Leoncavallo

  • Hágase la Música en Radio Brisas

    Ciclo 2011 - Programa N° 10

  • Peter Grimes

    Benjamín Britten

  • Hágase la Música en Radio Brisas

    N° 8 - 24 de octubre de 2010

  • Voces de primavera

    Johann Strauss

  • E lucevan le stelle

    Mario del Monaco (Mario Cavaradossi)

Intérpretes

Músicos

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Enrique Francini

Su primer labor fue con la formación del maestro Juan Ehlert. Después de la experiencia en la orquesta de Miguel Caló y su consagración definitiva en su sociedad con Armando Pontier, en 1955 inicia un nuevo camino formando su propia orquesta. Fue primer violín del Teatro Colón y colaboró durante años en muchas orquestas del 60. En 1970 forma un sexteto con Néstor Marconi debutando en el "Caño 14" con gran éxito. Muere en su ley el 27 de agosto de 1978 en ese mismo escenario mientras ejecutaba "Nostalgias" en su querido violín.

Músicos

Osvaldo Pugliese

Osvaldo Pugliese

Osvaldo Pugliese nació el 2 de diciembre de 1905. Su padre, Adolfo, obrero del calzado, intervenía como flautista aficionado en cuartetos de barrio que cultivaban el tango. Dos hermanos mayores tocaban violín: Vicente Salvador, "Fito", y Alberto Roque, más consecuente que el primero y por muchos años ligado a la música. A Osvaldo fue el padre quien le impartió las primeras lecciones de solfeo, y comenzó a balbucear con el violín también, pero pronto se inclinó por el piano, aunque don Adolfo tardó cierto tiempo en comprar el costoso instrumento.

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Escuchar a Roberto Rufino entonar "María" o "La novia ausente" o "Malena" o cualquiera de los tangos que había elegido para su repertorio, era advertir que ese tango iba desgranándose de a poco y que las palabras surgían por separado, sin dejar de integrar el todo que las reunía, con la fuerza propia que debían tener en su contexto. Rufino fue eso; un decidor, un fraseador, un intérprete que sabía perfectamente cual era el mensaje de lo que estaba cantando. En 1997 fue declarado "ciudadano ilustre de la Ciudad de Buenos Aires", y en 1998, "ciudadano ilustre de la cultura nacional".

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Los amantes del tango podrán disfrutar de diversas actividades durante cinco días en Junín. El intendente la Ciudad, Pablo Petrecca, presentó oficialmente “Tango en Junín”, un importante ciclo cultural que se desarrollará entre el 13 y el 17 de julio próximos e incluirá la realización de la preliminar del Festival y Mundial de Tango BA 2016.

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El sábado 11 de Junio a las 21 hs se presentará en el Teatro Municipal Colón la gran cantante Amelita Baltar, acompañada por la Orquesta Municipal de Tango que dirige el Maestro Julio Davila y el pianista Aldo Saralegui como invitado especial. Luego de su presentación en Mar del Plata, la cantante estrenará un nuevo espectáculo: "Noches de Kabaret" en el Teatro Maipo de Buenos Aires.

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