Clásica y Ópera | Ópera

Palestrina de Hans Pfitzner
La idea de esta ópera ocupó a Pfitzner unos quince años. El 13 de agosto de 1911 leyó el texto a sus amigos de Munich. Luego comenzó la composición, que quedó terminada el 24 de junio de 1915. Cuando Bruno Walter, en el verano de 1917, organizó una Semana Pfitzner en Munich, el compositor pudo poner Palestrina a su disposición para la representación inaugural. El estreno, el 12 de junio de 1917, tuvo todas las características de un gran acontecimiento.
Leyenda musical en tres actos. Libreto de Hans Pfitzner.
Idioma original: Alemán.
Personajes: El papa Pío IV (bajo); Giovanni Morone y Bernardo Novagerio, cardenales, delegados del papa (barítono y tenor); Christoph Madruscht, cardenal y príncipe-arzobispo de Trento (bajo); Cario Borromeo, cardenal romano (barítono); el cardenal de Lorena (bajo); Abdisu, patriarca de Asiría (tenor); Antón Brus von Müglitz, arzobispo de Praga (bajo); el conde de Luna, padre confesor del rey de España (barítono); el obispo de Budoja (tenor); Theophilus, obispo de Imola (tenor); Avosmediano, obispo de Cádiz (barítono o bajo); Giovanni Pierluigi, llamado Palestrina, maestro de capilla de la iglesia Santa María Maggiore de Roma (tenor); Ighino, su hijo de 15 años (soprano); Silla, su alumno de 17 años (mezzosoprano); el obispo Breóle Severolus, maestro de ceremonias del Concilio de Trento (bajo o barítono); cantantes de capilla, cardenales, arzobispos, embajadores, teólogos de todas las naciones cristianas, soldados, criados, pueblo. Además de estos personajes que cantan, hay una serie de figuras mudas (dos nuncios papales, dos generales de los jesuitas, el viejo criado de Palestrina, etc.), así como algunas apariciones que cantan: Lucrezia (la difunta esposa de Palestrina), nueve grandes compositores de siglos anteriores, ángeles.
Lugar y época: Los actos primero y tercero en Roma, el segundo en el Concilio de Trento, en noviembre y diciembre de 1563.
Argumento: Desde la ventana de la sencilla habitación de Palestrina se ven las torres y azoteas de Roma. En la pared está colgado el enorme retrato de su difunta esposa Lucrezia. En la atmósfera del anochecer, un alumno del maestro, el joven Silla, ensaya una pequeña canción frívola en el estilo de la nueva y revolucionaria corriente musical aparecida poco antes y que parece proceder de Florencia. Al parecer, la juventud de allí no quiere saber nada de la vieja y rigurosa polifonía, simplifica el áspero contrapunto luí mando acordes novedosos, transforma el madrigal en canción monódica, acompañada por instrumentos. Silla piensa abandonar al viejo maestro y dedicarse por entero al nuevo estilo musical, más acorde con los cambios de la época y que encima promete éxitos. Todavía no se atreve a decírselo a NÚ amigo Ighino, el hijo de Palestrina. Ighino está siempre triste en los últimos tiempos, pues ve a su padre muy abatido. Cuántas injusticias ha tenido que soportar éste, y desde la muerte de la madre no ha podido escribir una sola nota. Silla quiere alegrar a Ighino; le canta una nueva canción acompañándose con el violín; la canción suena muy extraña en aquellos viejos espacios, consagrados enteramente a la música religiosa.
Entra Palestrina. Lo acompaña su amigo, el cardenal romano Borromeo, y se sorprende por los sonidos que acaba de oír. Sin embargo, Palestrina defiende en tono cansado e indulgente la «nueva» música, ante la que pronto deberá ceder la envejecida polifonía. El cardenal, amante de la música y admirador de la obra de Palestrina, no quiere saber nada de aquello. Ha ido a llevar a su amigo un informe muy importante. En el Concilio de Trento, que delibera desde hace años, el debate sobre la música ha adquirido formas violentas; no hay que excluir la posibilidad de que antes de su conclusión se tomen importantes decisiones en ese ámbito. Un grupo de altos dignatarios está cada vez más en contra de la música eclesiástica usual, que ha sufrido mucho por las influencias mundanas, la utilización de melodías profanas, pero sobre todo por la inclusión de melodías callejeras. Para Borromeo parece llegado el momento de responder con una obra maestra a esas acusaciones (por desgracia, fundadas en parte) y de demostrar que semejantes manifestaciones de decadencia no tienen su causa en el estilo, y que el arte polifónico está destinado, hoy como ayer, a expresar los sentimientos más sagrados. Pero sólo un compositor podría crear semejante obra: Palestrina. Éste oye con sonrisas de aflicción a su amigo, que cada vez se acalora más. Hace mucho que ha dejado de ser el hombre indicado para una empresa tan importante y decisiva. Desde la muerte de Lucrezia, la inspiración huye de él. Entonces, debería escribir la obra para cumplir con un deber. El cardenal insiste, la idea es muy importante para él. Sin embargo, el músico se limita a negar tristemente con la cabeza. Su único deseo es morir. Borromeo abandona la habitación enfadado.
Mientras la noche cae lentamente sobre la habitación, Palestrina se queda en su escritorio con la cabeza apoyada en las manos. Lo rodean sombras, relampaguean luces; lentamente aparecen figuras borrosas, neblinosas, y sin embargo con rostros que destacan en la oscuridad. Palestrina las reconoce poco a poco: son los grandes maestros del pasado, cuyas voces oye; el artista no es libre; es esclavo de la época y de la obra. Está llamado a crear, en la alegría o en la tristeza. Mientras Palestrina oye sus graves palabras casi con angustia, el retrato de Lucrezia se ilumina con un suave resplandor. La rodea un coro de ángeles. Voces dulces suben al cielo. Y entonces resplandece la voz de soprano de Lucrezia, fundiéndose de manera sobrenatural con el coro jubiloso. Palestrina ha comenzado a escribir; es como si obedeciera a un dictado celestial. Su mano vuela febrilmente sobre el papel.
Amanece en Roma. Despiertan las campanas y el ruido comienza a llenar las calles. Ighino y Silla entran en la habitación y descubren sorprendidos al maestro durmiendo. El sueño debe de haberle vencido durante el trabajo, pues el escritorio está lleno de hojas de música escritas, cuya tinta parece estar húmeda todavía. Los dos jóvenes se acercan de puntillas. Palestrina ha compuesto una misa, ¡una misa completa en una sola noche! Una expresión de dicha ilumina sus rasgos. El fragor de las campanas matutinas aumenta de volumen y un júbilo silencioso parece llenar la habitación.
El acto segundo presenta respecto del primero un contraste intencional y marcado. Aparece de manera grandiosa el Concilio de Trento, con sus dignatarios espléndidos y variados, con sus luchas políticas, sus disputas sobre la fe, sus rivalidades entre hombres y naciones. El partido del papa quiere terminar el Concilio cuanto antes. Se insinúan luchas por el poder en las que están en juego los tronos de los reyes, al fondo acecha el peligro protestante, hay inquietud, conflictos e intrigas por todas partes. Borromeo explica que la misa destinada a salvar la música en el oficio divino se está escribiendo; la obra debe terminarse a tiempo, aunque haya que detener y torturar al compositor. La mayoría de los príncipes de la Iglesia parece tener poca simpatía por esta cuestión. Al poco vuelven a aparecer en primer plano las pretensiones y ventajas personales. Al surgir nuevas desavenencias, la sesión transcurre entre escenas violentas. En cuanto los dignatarios abandonan la sala, los criados de las más diversas naciones se enfrentan con odio salvaje.
El acto tercero nos devuelve a la habitación de Palestrina. Sabemos por boca de su hijo que el maestro ha sido detenido a la mañana siguiente de la visita de Borromeo. Pero Ighino y Silla han llevado al Vaticano de inmediato las hojas de música recién escritas y con ellas han comprado la libertad de Palestrina. En ese momento, el maestro está sentado en su sillón, inmóvil y casi abstraído. Es el momento en que su nueva misa se canta por primera vez en el Vaticano, delante do los cardenales y arzobispos, incluso delante del papa. La calle cobra vida poco a poco, se oyen gritos de júbilo que se acercan y son cada vez más fuertes. En la puerta de la habitación de Palestrina aparece de repente el papa; le ofrece el puesto en la Capilla Sixtina que le han quitado hace mucho. Borromeo se arroja a los pies del maestro y le pide sollozando que lo perdone. Palestrina extiende la mano en señal de conciliación y lo abraza. Los últimos instantes pertenecen al padre y al hijo, hasta que también éste corre con gestos de alegría a la calle, donde el pueblo celebra la nueva y más grande obra de Palestrina. El compositor se detiene un buen rato ante el retrato de Lucrezia; entonces se dirige a su órgano y comienza a tocar suave y entrañablemente.
Fuente: El Concilio de Trento (1545-1563). Los problemas de la música eclesiástica tuvieron un papel importante en muchas de sus sesiones. Numerosos abusos (utilización de melodías profanas, complicaciones artificiales, falta de auténtica fe) habían dado mala fama a los cantos litúrgicos polifónicos. Un poderoso grupo de dignatarios estaba decidido a imponer la recuperación del canto gregoriano, lo que habría significado la exclusión del servicio divino de toda otra clase de música.
Algunos cardenales romanos creyeron en cambio que sería posible corregir los abusos sin tomar medidas tan drásticas. Recurrieron a Giovanni Pierluigi (1525-1594), llamado Palestrina (por el lugar de su nacimiento, una pequeña ciudad cerca de Roma), y es uno de los compositores más grandes de todas las épocas. Estuvo un tiempo ni servicio del Vaticano, hasta que se alejó a causa de un decreto que prohibí» el empleo de hombres casados al servicio del papa y tuvo que buscarse un puesto modesto en otras iglesias de Roma.
Palestrina trabajaba realmente en esa época en una nueva misa, la llamada Misa del Papa Marcelo. No se puede determinar con exactitud si su relación con el Concilio y con la «salvación» de la música polifónica en el seno de la Iglesia católica es históricamente cierta. De todas maneras, la leyenda que se ha tejido a su alrededor y que cuenta que Palestrina compuso la obra en una sola noche, como quien dice bajo el dictado de los ángeles, es tan bella que merece tenerse por verdadera.
Libreto: Con este material, Pfitzner da forma a un magnífico libreto de ópera. Expresa pensamientos elevados y poéticos, inventa escenas teatrales efectivas y visualmente espectaculares, y junto con el drama del artista creador presenta un abigarrado cuadro de época, lleno de auténtica vida.
Música: Que el compositor sea también el autor del libreto facilita la creación de una obra maestra, cosa que se consigue raras veces. Pfitzner utiliza melodías del siglo XVI, música de Palestrina, y la une de manera tan completa con su propia música que surge de aquí una obra sin costuras, en la que la inspiración y la técnica se equilibran al más alto nivel. Incluso escenas tan «poco musicales» como el juego de intrigas del Concilio están logradas totalmente. Es conmovedor su contraste con la soledad de Palestrina y con la maravillosa escena nocturna del canto de los ángeles.
Historia: La idea de esta ópera ocupó a Pfitzner unos quince años. El 13 de agosto de 1911 leyó el texto a sus amigos de Munich. Luego comenzó la composición, que quedó terminada el 24 de junio de 1915. Cuando Bruno Walter, en el verano de 1917, organizó una Semana Pfitzner en Munich, el compositor pudo poner Palestrina a su disposición para la representación inaugural. El estreno, el 12 de junio de 1917, tuvo todas las características de un gran acontecimiento.
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