Sábado, 20 de Abril de 2024

Clásica y Ópera | Ópera

Falstaff de Giuseppe Verdi

Falstaff de Giuseppe Verdi

Con Falstaff Verdi llega a un estilo claro, casi mozartiano, en el que cada frase, cada melodía, cada sonido destella, brilla e ilumina. En el estreno del 9 de febrero de 1893 estaban Pietro Mascagni, cuya Cavalleria rusticana había comenzado a conquistar el mundo, y Giacomo Puccini, que acababa de lograr un éxito decisivo con Manon Lescaut. La nueva generación se inclinaba ante el viejo e indiscutido maestro y admiraba su joven espíritu, que al final de su carrera había emprendido algo nuevo y estaba en condiciones de realizarlo.








Comedia lírica en tres actos. Libreto de Arrigo Boito, basado en varias obras de Shakespeare.

Personajes: Sir John Falstaff (bajo o barítono); Ford (barítono); Alice, su esposa (soprano); Nanetta, hija de Ford y Alice Ford (soprano); Fenton (tenor); el doctor Cajus (tenor); Bardolf (tenor); Pistol (bajo); Mrs. Quickly (mezzosoprano o contralto); Mrs. Meg Page (mezzosoprano o contralto); un tabernero, un paje de Falstaff, un paje de Ford, ciudadanos y pueblo, máscaras, duendes, hadas.

Lugar y época: Windsor, durante el reinado de Enrique IV de Inglaterra (1399-1413).

Argumento: Sir John Falstaff está sentado en una taberna de Windsor. Es excesivamente gordo y torpe, ya no es joven, su moral es dudosa, pero está firmemente convencido de que es irresistible para las mujeres. En ese momento está escuchando al doctor Cajus, que se queja de los criados de sir John. La noche anterior lo embriagaron y le robaron. Pero ¿qué podría hacer sir John sin esos canallas de Bardolf y Pistol, que son los únicos que lo aguantan? Sir John tiene que llamarlos para que echen al insoportable doctor Cajus. Mientras tanto sigue bebiendo tranquilamente, sin pagar, como desde hace treinta años, y piensa en dos jóvenes y bellas mujeres: Alice Ford y Meg Page. Ha escrito a ambas, casadas con ricos burgueses, cartas de amor con el mismo texto, pero comprueba, para su sorpresa, que sus dos criados se niegan a entregar las cartas. ¡Con el pretexto del honor! (En realidad, porque piensan hacer un buen negocio informando de las cartas a los maridos.) Sir John los llama y les endilga un discurso que podría considerarse un verdadero sermón moral (muy cómico), aun cuando no contiene nada de moral. Les explica su punto de vista personal sobre el «honor», luego los despide y da las cartas a un paje para que las entregue.

La segunda escena se desarrolla en el jardín de Ford. Allí se encuentran Alice, Meg Page y Mrs. Quickly, una señora entrada en años que participa en todas las bromas, así como Nanetta, una encantadora joven que está enamorada de Fenton, pero que ha sido prometida por su padre, Ford, al poco atractivo y pedante doctor Cajus. Alice y Meg leen las cartas que han recibido. Primero se sienten halagadas, luego se indignan cuando descubren que ambas cartas tienen el mismo texto. Deciden castigar al remitente sin que se enteren sus maridos. Mrs. Quickly visitará al caballero desconocido y lo invitará a la casa de Alice. Sin embargo, al mismo tiempo Bardolf y Pistol revelan los planes de su ex patrón a Ford, que se encuentra con Cajus y Fenton en otra parte del mismo jardín. Ford decide visitar a Falstaff y hacerlo caer en una trampa.

El acto segundo comienza en la taberna, Bardolf y Pistol han regresado, aparentemente arrepentidos. Se le anuncia a sir John la visita de una dama; es Mrs. Quickly, que entra con un exagerado ceremonial cómico, y por supuesto, irónico.

Va en nombre de Alice. ¡Oh, la pobre! («Povera donna!») ¡Ha caído en manos del más peligroso seductor! Cuanto más exagera Mrs. Quickly sus alabanzas, mejor se siente sir John. Goza de su fama. ¿Cómo lo hace?, pregunta ella, ¿qué hace para seducir con tanta facilidad? Oh, explica modestamente sir John: un poco de encanto personal, nada más. A Alice la consume el deseo de verlo. Esa tarde, entre las dos y las tres, el marido no estará en casa. Falstaff repite en tono triunfal esas palabras, como si fueran un canto de victoria. Completamente satisfecho, despide a la recadera, que apenas puede contener la risa.

También la visita siguiente es muy agradable. Se trata de cierto señor Fontana, que desea conocer al famo­so sir John. Fontana tiene que confiarle algo: está enamorado de Alice, la es­posa de cierto señor Ford, pero la esquiva mujer no quiere saber nada de él. ¿Sería posible que sir John, que, como seductor es irresistible, le allanase el camino...? ¡Nada más fácil! Falstaff se yergue en toda su gordura: ¡en menos de media hora tendrá a Alice en sus brazos! Ford se estremece, mientras Falstaff entona un canto de triunfo que el otro oye con calma aparente. Luego abandonan juntos la taberna, del brazo, como si fueran camaradas...

En casa de Alice, Mrs. Quickly informa del satisfactorio resultado de su misión. No hay duda de que pronto se presentará Falstaff, hay que prepararse. Las amigas se ocultan y pronto entra sir John, tan arrogante como ridículo. Alice lo recibe con gran cordialidad, aunque con la necesaria timidez. El obeso visitante va ganando rápidamente velocidad y comienza a relatar cosas de sí mismo. No siempre ha sido tan gordo, dice: una vez, cuando todavía era paje del duque de Norfolk... (Verdi convierte esta evocación de épocas pasadas en una obra maestra de ironía y humor.) Luego, sir John pasa al ataque, el primer beso parece inevitable. Entonces aparece Mrs. Quickly, alterada, tal como se acordó, y anuncia la llegada de Meg. Pero ésta entra sin aliento e informa de que la sigue Ford (lo cual no estaba previsto). Mrs. Quickly lo confirma después de mirar a la calle y añade que lo acompañan Fenton, Cajus, Bardolf y Pistol. Esconden rápidamente al visitante detrás de un biombo. Los hombres penetran en la casa y comienzan la búsqueda. Sir John espera un instante de descuido para elegir un escondite mejor: la cesta de la ropa sucia que ya han registrado; Meg lo ayuda a introducirse en ella, lo que el incorregible seductor aprovecha para hacer una declaración de amor. El grupo prosigue la cacería, revuelve la casa, regresa y oye detrás del biombo el sospechoso sonido de un beso; pero son Nanetta y Fenton, lo que aumenta el furor de Ford. Mientras tanto, Alice hace sacar la cesta de la ropa y vaciarla en el Támesis.

El comienzo del acto tercero se desarrolla otra vez en la taberna. Sir John está sentado a la mesa y maldice a todo el mundo. Sin embargo, el vino hace que se borre lentamente el recuerdo de tanta agua; y recupera su acostumbrada jovialidad. Con el mismo ceremonial que en el acto anterior, aparece Mrs. Quickly. Se las arregla para convencer a Falstaff de que el baño en el Támesis fue un accidente involuntario y de que Alice sigue enamorada de él, más profundamente que nunca. Lo invita a ir a medianoche al parque real, disfrazado del legendario cazador Heme, que realizará allí su magia, adornado con cuernos. Mientras sir John, cuyo sentimiento de derrota y enfado por el penoso y ridículo episodio comienza a ceder rápidamente ante un nuevo sentimiento de triunfo, ultima con la visitante los detalles del próximo encuentro, del lado contrario también se hacen preparativos. Ford, que ya se siente triunfador, al igual que su contrincante, desea añadir a la comedia nocturna una agudeza particular, que le interesa mucho: en medio de la confusa mascarada que se ha planeado, quiere casar a su hija Nanetta con el doctor Cajus.

Comienza el turbulento último cuadro. El escenario muestra un viejo parque en el que según la tradición abundan los duendes y los elfos una vez que se ha puesto el sol y se acerca la medianoche. Aparecen Nanetta y Fenton y se reconocen, a pesar de sus disfraces, por medio de sus tiernas melodías de amor, que cumplen la función de Leitmotiv. Luego llegan Alice, Meg y Mrs. Quickly. Finalmente llega sir John vistiendo un atuendo ridículo. Alice corre hacia él, pero en seguida sucede algo que turba su idilio. Se acerca una procesión de elfos, la escena adquiere rasgos del Sueño de una noche de verano. Los agudos de las cuerdas acompañan suavemente a Nanetta en un encantador arioso (que por otra parte es la última aria que compuso Verdi), una pieza vocal llena de un mágico efecto nocturno. Pero después de la «ronda de los ellos», sigue el grosero juego de los sátiros. ¡Seres de un mundo que no es humano encuentran un ser humano en su reino mágico! ¡Pobre sir John! Lo acosan y lo apalean hasta que reconoce una nariz enrojecida por el vino detrás de una máscara, que logra arrancar. Es, como había sospechado, su ex criado Bardolf. Todos se quitan las máscaras; el rostro de sir John muestra una sorpresa cada vez mayor. Finalmente encuentra a un amigo: pero Alice le presenta a Mr. Fontana con su verdadero nombre: no es otro que Ford, su marido.

La derrota de sir John es vergonzosa; no obstante, tiene la nobleza suficiente para reconocerlo. Shakespeare, con un ingenioso giro, ayuda un poco al vencido. Esa noche de locos será puesto en ridículo otro: Ford, confundido por las máscaras, une a su hija, no con Cajus, sino con Fenton. Su situación no es mucho mejor que la de sir John. Quien ríe el último... sir John es un hombre de mundo, cree que todas las cosas, consideradas desde un punto de vista más elevado, producen un efecto cómico, poco serio, frívolo; que la presunción es ridícula, la victoria de hoy puede convertirse en la derrota de mañana, y viceversa. Tal vez le convenga también a él hacer como si creyera en esa cara ridícula de la vida.

No han faltado interpretaciones que ven en Falstaff una significación dife­rente, más seria. El mismo Verdi ha dado motivo para ello, cuando en 1890 escribió en una carta: «Falstaff es una mala persona que hace bromas pesadas, aunque alegremente...». Al margen de como se interprete, el caso es que el personaje entona, en medio de una alegre ronda general, la gran fuga final: «Tutto nel mondo é burla...». Todo en el mundo es burla, juego, broma, ironía. Alegremente, casi con picardía y con mano ligera, como nunca hasta entonces y como nadie hu­biera esperado de él, Verdi, casi a los ochenta años, termina la obra de su vida.

Fuente: Sir John Falstaff, en su juventud paje del duque de Norfolk, era famoso por sus bromas. Shakespeare lo inmortalizó en Las alegres comadres de Windsor. Pero Falstaff y su grupo de picaros aparecen también en las dos partes del Enrique IV.

Libreto: Boito tomó detalles de las tres obras de Shakespeare. Su habilidad en este libreto simplifica la acción y da relieve humano a sir John, ese seductor venido a menos, pero simpático. (Es un pariente, aunque lejano, del barón Ochs de El caballero de la rosa.)

Música: En este caso se puede y se debe hablar de un verdadero milagro. Que a aquellas alturas de la vida un compositor que suele describir hechos sangrientos y crueles, y pasiones desbordantes y voraces con el más patético dramatismo, componga refinadas comedias de orden superior sólo puede considerarse un milagro. Y sin embargo, Verdi utiliza en esta ópera el mismo estilo que en Otello: un formato grandioso, integral; construcciones ariose en las que, como la comedia se desarrolla con rapidez y turbulencia, apenas si hay lugar para un aria; la orquesta, al igual que el canto, queda en segundo plano.

Verdi encontró para esta obra una especie de parlando y lo llevó hasta un punto de perfección. Este estilo, como es lógico, no podía aparecer en sus numerosas óperas trágicas. La figura de sir John Falstaff ha sido modelada con cariño; el compositor la ha dotado de tanta comicidad natural que, a pesar de la ridiculez que le es inherente, se gana la simpatía del espectador. Por lo demás, esta obra consiste en la actuación fluida, en el canto conjunto de todos. En la sabiduría más elevada y profunda de su vejez, Verdi llega a un estilo claro, casi mozartiano, en el que cada frase, cada melodía, cada sonido destella, brilla e ilumina. Para el conocedor, esta partitura es una joya que seduce tanto por la forma como por el contenido.

Historia: El «desgraciado» sir John había pasado ya dos veces por el escenario operístico antes de que Verdi se ocupara de él. En 1834 se representó en Milán La juventud de Enrique IV, una obra del entonces célebre Saverio Mercadante. Quince años más tarde apareció la encantadora comedia del compositor alemán Otto Nicolai Die lustigen Weiber von Windsor. En 1879, Verdi dijo a Boito que deseaba un libreto sobre el tema de Falstaff. Pero pasaron diez años antes de que Boito desarrollara el proyecto. En 1890 comenzó la composición, que fue interrumpida varias veces. El maestro, a punto de cumplir ochenta años, la terminó en septiembre de 1892. Era su primera comedia después de cincuenta y dos años, después de Un giorno di regno (Milán 1840), que había fracasado completamente. El estreno de Falstaff tuvo lugar el 9 de febrero de 1893, en la Scala de Milán, en realidad contra el deseo del compositor de reservarse para sí esta ópera, que sin duda sería la última, y tal vez de estrenarla para un círculo estrecho de amigos. Ocurrió precisamente lo contrario, una estruendosa aclamación popular del querido maestro, que recibió durante largos minutos los vítores de entusiasmo y el atronador aplauso de un público emocionadísimo.

La interpretación, con Víctor Maurel, el primer Yago de Otello, en el papel titular, tuvo que ser excelente; Verdi había advertido a sus intérpretes: «La obra es mucho más difícil de lo que parece al leer la partitura y las dificultades se hacen mayores con cada ensayo...». De hecho, Falstaff se encuentra entre las obras de Verdi más difíciles de interpretar cabalmente; el compositor se interna, algo inconcebible en un hombre de su edad, en un terreno desconocido, ha desarrollado un parlando arioso que destella con humor e ingenio, una ópera que renuncia a las grandes escenas dramáticas de otras épocas y pone en su lugar un estilo coloquial que parece una transposición de Rossini y Donizetti a la era moderna.

¿Recordó Verdi el dicho de Rossini, que medio siglo antes le había aconsejado que se dedicara a las óperas serias y se alejara de las comedias? Verdi había desmentido de manera realmente profunda aquella profecía, que afirmaba que nunca escribiría una buena comedia musical. El mundo de la música lo comprendió inmediatamente: en el estreno del 9 de febrero de 1893 estaban Mascagni, cuya Cavalleria rusticana había comenzado a conquistar el mundo, y Puccini, que acababa de lograr un éxito decisivo con Manon Lescaut. La nueva generación se inclinaba ante el viejo e indiscutido maestro y admiraba su joven espíritu, que al final de su carrera había emprendido algo nuevo y estaba en condiciones de realizarlo. Las generaciones posteriores tampoco tuvieron dudas respecto de Falstaff. Richard Strauss dijo que la ópera de Nicolai, Las alegres comadres de Windsor, era una comedia encantadora, mientras que Falstaff, basada en las mismas fuentes arguméntales, era una inmortal obra maestra.

Fuente: “Diccionario de la Ópera” de Kart Pahlen

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Breves

  • HECTOR BERLIOZ

    Fue un creador cuyo obstáculo fue la intransigencia de la mayoría de los músicos en casi todos los temas, desde su apoyo al uso del saxofón o a la nueva visión dramática de Wagner. Su vida fue excéntrica y apasionada. Ganó el Premio de Roma, el más importante de Francia en aquel momento, por una cantata hoy casi olvidada. Su obra musical es antecesora de estilos confirmados posteriormente.

  • El aprendiz de brujo de Paul Dukas se basa en una balada de Goethe. Es un scherzo sinfónico que describe fielmente cada frase del texto original.

  • La primera ópera de la que se conserva la partitura es Orfeo de Claudio Monteverdi. Se estrenó en Mantua en 1607, con motivo de la celebración de un cumpleaños, el de Francesco Gonzaga.

  • La obra que Stravinski compuso desde la época del Octeto de 1923 y hasta la ópera The Rakes Progress de 1951, suele considerarse neoclasicista.

  • En la Edad Media encontramos la viela de arco, de fondo plano y con dos a seis cuerdas, que se perfeccionó en la renacentista, hasta llegar a su transformación en el violín moderno a partir del siglo XVI, cuando se estableció una tradición de excelentes fabricantes (violeros) en la ciudad de Cremona.


Citas

  • DANIEL BARENBOIM

    "Un director no tiene contacto físico con la música que producen sus instrumentistas y a lo sumo puede corregir el fraseo o el ritmo de la partitura pero su gesto no existe si no encuentra una orquesta que sea receptora"

  • GEORGE GERSHWIN

    "Daría todo lo que tengo por un poco del genio que Schubert necesitó para componer su Ave María"

  • GUSTAV MAHLER

    "Cuando la obra resulta un éxito, cuando se ha solucionado un problema, olvidamos las dificultades y las perturbaciones y nos sentimos ricamente recompensados"

  • FRANZ SCHUBERT

    "Cuando uno se inspira en algo bueno, la música nace con fluidez, las melodías brotan; realmente esto es una gran satisfacción"

  • BEDRICH SMETANA

    "Con la ayuda y la gracia de Dios, seré un Mozart en la composición y un Liszt en la técnica"

MULTIMEDIA

  • Hágase la Música en Radio Brisas

    N° 8 - 24 de octubre de 2010

  • Hágase la Música en Radio Brisas

    Ciclo 2011 - Programa N° 7

  • La condenación de Fausto

    Héctor Berlioz

  • Otello

    Giuseppe Verdi

  • Vals Nº 6

    Frederic Chopin

  • Casta diva

    Renée Fleming (Norma)

  • Va pensiero

    Orquesta y Coro de la Scala de Milán - Ricardo Mutti

  • Rapsodia en blue

    George Gershwin

Intérpretes

Músicos

Raúl Garello

Raúl Garello

Leyendo el diario Clarín encontré un interesante artículo de Héctor Negro sobre el maestro Raúl Garello donde contaba que nació en la ciudad de Chacabuco, Provincia de Buenos Aires y afirmaba, que a través del tiempo, con su presencia, el tango contemporáneo logró exhibir uno de los más importantes aportes en lo que se considera la promoción de músicos "post Piazzolla". Coincido totalmente con este concepto, porque como es público y notorio, Astor marcó una verdadera brecha entre el sonido de los cuarenta y el tango actual, un antes y un después en la música porteña. Garello es una feliz consecuencia de este proceso.

Músicos

Agustín Bardi

Agustín Bardi

Hacia 1908 y en algunos cafetines de camareras de La Boca emplazados frente al Riachuelo, "El bar de la taquera" y el "Café del Griego", debutaba Agustín Bardi integrando, como violinista, un trío con Ravina y Benigno, y más tarde un cuarteto con el Tano Genaro Espósito. Al poco tiempo pasó al café "La Marina" donde interpretó públicamente el piano por primera vez. En 1911 actuó en "El Estribo" y ese mismo año compuso su primer tango: Vicentito, dedicado al bandoneonista Vicente Greco.

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Lidia Borda

Lidia Borda

Desde 1995 transformada en una de las principales intérpretes del género, Lidia Borda es admirada por público y crítica, quienes la consideran una cantante de culto y la mejor voz femenina surgida en las últimas décadas, despertando elogiosos comentarios. Moderna y original se remite a un repertorio clásico y poco transitado, registrado en parte en sus discos "Entre sueños", "Patio de tango" y "Tal vez será su voz".

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